CAMINANDO CON JESUS, CRISTO MIGUEL - 02 - SU TRIGÉSIMO AÑO

 


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(No recomendable para cristianos y católicos practicantes)



PODCAST : Versión hablada  Voz: Tesalia Camacho

Vuelve de su viaje por el Mediterráneo en diciembre del año 23.  Este viaje, que le permitió el conocimiento de gran número de personas de diferentes culturas y formaciones, fue para Jesús un invalorable aprendizaje.

Pasó por Cafarnaúm a saludar a Zebedeo, para quien había trabajado antes de partir en su viaje y quien se las ingeniara para conseguirle una casa con los ahorros del fruto de su trabajo. Después partiría hacia Nazaret. Jesús transfirió esa casa a su hermano Santiago, y en ella finalmente terminaron viviendo su madre María y su hermana menor Rut, que en esos tiempos tenía 15 años, y era la única de todos los hermanos que estaba soltera aún.

Justamente, aprovechando la presencia y la bendición de Jesús en marzo del 24 se casaron los otros dos hermanos Judá y Simón en una ceremonia doble.

Según el Libro de Urantia el año 24 fue de un gran progreso para lograr una armonía funcional entre su mente humana y su Ajustador interior.

La personalidad de Jesús estaba preparándose para el gran cambio que se avecinaba en su relación con el mundo.

Era un período de transición “de este ser que había empezado la vida como Dios que se manifiesta como hombre, y que ahora se estaba preparando para completar su carrera terrestre como hombre que se manifiesta como Dios”.

 Para entender el párrafo anterior es necesario remontarnos en el tiempo decenas de miles de años terrestres y explicar algo que las religiones tradicionales no saben, o si saben, no dicen.

El Ser que llamamos Padre Universal, esa deidad trínita, es en realidad una consciencia todopoderosa, que por propia decisión en algún momento quiso manifestarse y tuvo lugar lo que llamamos “la creación”. Así dio origen a distintas realidades, con diferentes vibraciones energéticas, porque todo es energía, que se pueden resumir en “no materia”, “antimateria” y “materia”, que es en la que estamos viviendo ahora.

 La Fuente, el Absoluto, el Padre Universal ocupa un espacio llamado la Isla Central del Paraíso, en no materia. Desde ahí creó universos en antimateria y dio vida, por emanación a seres llamados Hijos Paradisíacos. La diferencia entre crear y emanar, es que esta última acepción indica que los seres emanados tienen todas las características de su emanador, es decir, del Padre. En lenguaje burdo podemos decir “que son copia fiel”. Esos Hijos Paradisíacos, entre innumerable cantidad de otros seres, emanados y creados, tienen la misión de administrar y crear vida en los universos, dentro de los siete multiversos que rodean al universo de perfección de Havona, en antimateria, en cuyo centro se encuentra la Isla Central del Paraíso.

 Para que a un Hijo Paradisíaco se le entregue la administración total de un universo, debe cumplir 7 donaciones o autootorgamientos, como se denomina a siete “exámenes” o realizaciones, que deben ser finalmente aprobados. El ser que administra hoy nuestro universo, llamado Nebadón, que vive en antimateria, es denominado con un código (611.121) y un nombre que es Miguel, también llamado Cristo Miguel para diferenciarlo de otros seres de la orden de los migueles, denominación y características que no vamos a abordar aquí; solemos también llamarlo Miguel de Nebadón, o Miká de Nebadon, en su versión hebrea.

 El último de los 7 autootorgamientos de Cristo Miguel, para obtener definitivamente la soberanía sobre el universo de Nebadón, y por decisión propia, aprobada por el Padre, fue encarnar en nuestro planeta y vivir como hombre, compartiendo en acuerdo el cuerpo de quien fuera Jeshua ben Joseph, nacido de María el 21 de agosto del año 7 a.C.

Nosotros lo llamamos simplemente Jesús.

 “Pero no os engañéis: aunque Cristo Miguel era verdaderamente un ser de origen dual, no era una personalidad doble. No era Dios en asociación con el hombre, sino más bien Dios encarnado en el hombre, y siempre fue precisamente este ser combinado. El único factor progresivo en esta relación incomprensible fue la comprensión y el

reconocimiento conscientes y graduales (por parte de su mente humana) de este hecho de ser Dios y hombre.  Cristo Miguel no se volvió paulatinamente Dios. Dios no se volvió hombre en algún momento vital de la vida terrestre de Jesús. Jesús fue Dios y hombre, siempre y para siempre. Este Dios y este hombre eran, y son ahora, uno, igual que la Trinidad del Paraíso compuesta por tres seres es en realidad una Deidad. Nunca perdáis de vista el hecho de que la meta espiritual suprema de la donación de Miguel era realzar la revelación de Dios.

 Jesús siempre tuvo una fe inquebrantable, a pesar de que por momentos pudiera sentir en su humanidad altibajos, cuando la tarea se hacía difícil, pero su fe no era un ancla donde aferrarse cuando las cosas parecían hundirse porque experimentaba una confianza suprema e incontestable en Dios.

Dice Emilio Carrillo en alguna de sus charlas que cuando San Jerónimo debió traducir la Biblia del griego al latín se encontró con la palabra “pistis” que por sus múltiples significados no tenía una palabra que le correspondiera plenamente, y lo sintetizó en “fe”, pero que, en realidad, el vocablo expresa tres conceptos, que son confianza, compromiso y perseverancia. Esa conjunción de significados expresa más claramente la fe de Jesús,

 El Jesús humano veía a Dios como santo, justo y grande, al tiempo que verdadero, bueno y bello. Esos atributos en su mente se transformaron en “la voluntad del Padre que está en los cielos”. La concepción de “padre” no estaba originalmente en Jesús, nos cuentan, quizá porque Dios no posee en realidad una personalidad, como nosotros podemos imaginar con nuestra mente en la materia, pero el Maestro fue encontrando que esa imagen podía ser transmitida más sencillamente a toda la humanidad, ya que, como creación divina, éramos en verdad Hijos de Dios.

 La experiencia de Miguel de Nebadón en la tierra, como Jesús, se transformarían en una enseñanza para todos los planetas del universo, un nuevo y superior tipo de religión basado en las relaciones espirituales personales con el Padre Universal. Una fe viviente en Jesús, más que una reflexión intelectual o una meditación mística.

 El Hijo del Hombre era una personalidad humana espléndidamente unificada; era un ser divino perfectamente dotado; también estaba magníficamente coordinado como un ser humano y divino combinados, ejerciendo su actividad en la tierra como una sola personalidad”.

“Toda la vida del Maestro estuvo constantemente condicionada por esta fe viviente, esta experiencia religiosa sublime. Esta actitud espiritual dominaba totalmente sus pensamientos y sentimientos, su creencia y su oración, su enseñanza y su predicación. Esta fe personal de un hijo en la certidumbre y la seguridad de la guía y la protección del Padre celestial confirió a su vida excepcional una profunda dotación de realidad espiritual y empezamos a comprender cómo le resultó posible al Padre Universal manifestarse tan plenamente a Jesús y revelarse a través de él a los mortales de los mundos”.

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