CAMINANDO CON JESUS, CRISTO MIGUEL -10- LOS CUARENTA DÍAS
Jesús ya se había enfrentado a los
enviados de Lucifer en el Monte Hermón y los había derrotado. Ahora, convertido
en Príncipe Planetario, iniciaba un retiro para planificar y definir la técnica
que utilizaría para proclamar el nuevo reino de Dios en el corazón de los
hombres y mujeres de la Tierra.
No tenía que “ayunar ni afligir su alma”. No era un asceta y era consciente de que se debían desechar esas prácticas para acercase a Dios. Tenía claro que lo que elaborara para nuestro mundo serviría luego para todos los mundos de su universo.
Mientras estaba en su retiro, recibió la visita de Gabriel, su mano derecha en el manejo del universo de Nebadón, quien le comunicó que su autootorgamiento o donación en la Tierra estaba prácticamente terminada en cuanto a la soberanía perfeccionada sobre su universo, y el final de la rebelión de Lucifer.
De allí en adelante quedaba bajo su voluntad lo que decidiera continuar
haciendo.
Jesús, Cristo Miguel, decidió continuar el plan terrenal hasta el final.
Entre las resoluciones que tomó en esos cuarenta días, decidió que no enseñaría al mismo tiempo que Juan. Se mantendría en un relativo retiro hasta que la obra de Juan consiguiera su propósito o fuera interrumpida por un encarcelamiento.
Jesús suponía que los sermones atrevidos de Juan terminarían
malquistando a los gobernantes.
Recordó los consejos de su “hermano Manuel” antes de venir a la Tierra sobre que no dejara ningún escrito perdurable en el planeta, por lo que en una visita posterior a Nazaret destruyó todos los escritos y las tablillas con textos que había en la carpintería.
Jesús no ayunó en ese tiempo, salvo en los primeros dos días en que prácticamente olvidó comer por la dedicación a sus pensamientos y tampoco fue tentado por espíritus malignos ni rebeldes. No fue un período de tentaciones, sino de grandes decisiones.
Esos cuarenta días fueron para el diálogo final entre su mente humana y su mente divina. “De ahora en adelante, la mente del hombre se ha convertido en la mente de Dios, y aunque la individualidad de la mente del hombre está siempre presente, esta mente humana espiritualizada dice siempre: "Que no se haga mi voluntad sino la tuya”.
A Jesús se le ofreció una legión de seres celestiales que podrían ayudarlo en sus actividades futuras, pero decidió que no las utilizaría, salvo en los casos en que fuera la voluntad del Padre que accionaran de alguna manera, dejándolas al mando de su Ajustador Personal.
El Maestro estaba al tanto de las expectativas que había en una gran
parte de la población y de su propia gente sobre que vendría a realizar
prodigios y milagros para liberar al pueblo de sus colonizadores y se convenció
de que no realizaría ninguna acción que pudiera denominarse como sobrenatural,
excepto si el Padre lo decidía, y sabía que esas cosas podrían hacerse desde
líneas de tiempo diferentes a las que rigen en la Tierra, situación que es muy
difícil de entender para nuestro razonamiento pero así sucedió con innumerables
“milagros”.
Era consciente de que su vida debía servir de instrucción e inspiración para todos los seres del universo, por eso no iba a actuar sino en conformidad con las leyes de la naturaleza, pero en este punto inclusive su decisión fue no defenderse ante las agresiones, aunque eso le costara la vida.
Quizás podría utilizar su poder sobrehumano
para ayudar a otros, pero nunca para sí mismo. Y se mantuvo fiel a esta línea de
conducta hasta el final, cuando dijeron mofándose de él: "Ha salvado a los
demás, pero no puede salvarse a sí mismo", porque no quiso hacerlo.
Jesús se daba perfectamente cuenta de los atajos que se abrían para alguien con sus poderes. Conocía muchas maneras de atraer la atención inmediata de la nación y del mundo entero sobre su persona. Pronto se celebraría la Pascua en Jerusalén; la ciudad estaría llena de visitantes. Podía ascender al pináculo del templo y, ante las multitudes asombradas, caminar por el aire; éste era el tipo de Mesías que la gente esperaba. Pero después los desilusionaría, puesto que no había venido para volver a establecer el trono de David.
Una vez más, el Hijo del Hombre se inclinó con obediencia ante la vía del Padre, la voluntad del Padre. Jesús escogió establecer el reino de los cielos en el corazón de los hombres por métodos naturales, normales, difíciles y penosos, los mismos procedimientos que sus hijos terrestres tendrán que seguir en el futuro, en sus trabajos para ampliar y expandir este reino celestial. El Hijo del Hombre sabía muy bien que sería "a través de muchas tribulaciones como muchos hijos de todos los tiempos entrarían en el reino". Jesús estaba pasando ahora por la gran prueba de los hombres civilizados, la de tener el poder y negarse firmemente a utilizarlo para fines puramente egoístas o personales.
Establecidos estos conceptos ahora Jesús pasaba a plantearse como continuar con la tarea de Juan. Sabía que debía dejar de considerarse un “mesías judío” tal como el pueblo de Israel esperaba. No restablecería el reino de David, ni usaría todos los poderes que poseía para acabar con la dominación de Roma. Sería un Príncipe de la Paz que venía a revelar un Dios de amor. Decidió que regresaría a Galilea y comenzaría la proclamación del reino, con la ayuda del
Padre. Se abstenía de utilizar artificios materiales
para probar los problemas espirituales, al negarse a desafiar las leyes
naturales.
El último día de este retiro memorable, antes de bajar de la montaña para reunirse con Juan y sus discípulos, el Hijo del Hombre tomó su decisión final. Y la comunicó al Ajustador Personalizado en estos términos: "En todas las demás cuestiones, al igual que en estas decisiones ya registradas, te prometo que me someteré a la voluntad de mi Padre". Después de haber dicho esto, descendió de la montaña. Y su faz resplandecía con la gloria de las victorias espirituales y de las proezas morales.
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