CAMINANDO CON JESUS, CRISTO MIGUEL - 12 + 1 - LA ORACIÓN – EL DISCURSO DE JESÚS
Jesús escribió el Padre Nuestro cuando tenía 15 años.
La oración, cuando es una sincera súplica y es manifestada con verdadera
fe es siempre una manera de aumentar la capacidad de recepción espiritual del
alma.
En todas tus oraciones recuerda que la filiación con Dios, o lo que es
lo mismo, la condición de hija o hijo del Padre Universal es un don.
Ningún niño o niña tiene que hacer algo para conseguir la condición de hijo
o hija de sus padres.
De la misma manera, el hijo de Dios llega
a la gracia y a la nueva vida del espíritu por voluntad del Padre que está en
los cielos. Por eso, el reino de los cielos —la filiación divina— debe recibirse como lo recibiría un niño pequeño.
La rectitud —el desarrollo progresivo del carácter— se adquiere, pero la filiación
se recibe por la gracia y a través de la fe.
En el año 1 a.C. a la edad de 6 de Jesús sus padres estuvieron una época preocupados por la forma en que Jesús se dirigía al Padre celestial en sus oraciones.
José y María veían que el niño insistía en dirigirse al Padre celestial como
si estuviera hablando con José. Desconcertaba, en especial a María, la forma
menos solemne y poco reverente de la comunicación de Jesús con Dios, pero no
había forma de alejarlo de esa actitud. Recitaba sus oraciones como le habían
sido enseñadas, pero luego de ello insistía “en tener una pequeña charla con mi Padre que está en los cielos”,
solía decir.
Ya a los 12 años, Jesús fue modificando las prácticas religiosas de su familia, en cuanto a las oraciones y otras costumbres.
Muchas de estas cosas se podían hacer en Nazaret porque su sinagoga
estaba bajo la influencia de una escuela liberal de rabinos, (otras
publicaciones hablan de “esenios”) representada por José, el famoso maestro de
Nazaret.
En el año 9 d.C., a los 15 años, Jesús formuló por primera vez la oración que enseño tiempo después a sus apóstoles y que hoy se conoce como el “Padre Nuestro”.
En realidad, fue una evolución del culto familiar que incluía varias
fórmulas de alabanzas junto a oraciones formales.
Luego de que José falleciera Jesús trató de enseñar a los mayores de sus hermanos a que se expresaran en forma individual al rezar, tal como a Él le gustaba hacer, pero ellos no podían captar el porqué de ese pensamiento y terminaban repitiendo las fórmulas aprendidas de memoria.
Trató de mostrarles variantes y sugerencias de rezo a través de ideas directrices hasta que finalmente, una noche de octubre de aquel año, a la luz de una lámpara y sobre una mesa baja de piedra, tomó Jesús una tablilla de cedro pulido, de unos cincuenta centímetros de lado y con un carboncillo escribió la oración que sería en adelante el modelo de súplica de la familia.
En el año 27 d.C. casi 18 años después del suceso recién narrado, en septiembre, Jesús y los 12 estaban de campamento en Gilboa, a la espera de algunos acontecimientos y profundizando las enseñanzas sobre el reino y la misión.
Esperaban también que se calmara la oposición a su
obra en Judea y Galilea y cuál sería el destino de Juan el Bautista.
Gran parte de ese tiempo Jesús estaba en las montañas en comunión con su Padre.
Un tema central en las discusiones ese mes fueron la
oración y la adoración.
Ante el pedido de Tomás “Maestro, enséñanos a orar”, Jesús una tarde les dio una conocida lección y que más o menos vamos a contar a continuación.
"La oración es una expresión enteramente personal y espontánea de la actitud del alma hacia el espíritu; la oración debería ser la comunión de la filiación y la expresión de la hermandad. Cuando la oración es dictada por el espíritu, conduce al progreso espiritual cooperativo. La oración ideal es una forma de comunión espiritual que conduce a la adoración inteligente. La verdadera oración es la actitud sincera de tender la mano hacia el cielo para conseguir vuestros ideales.”
Jesús no dice que lo que pidamos en oración nos debe ser concedido, sino que resalta otros beneficios que la oración tendrá en nuestro espíritu, aunque no modifique la voluntad del Padre.
“La oración es el aliento del alma y debería induciros a perseverar en vuestro intento por descubrir la voluntad del Padre. Si cualquiera de vosotros tiene un vecino y vais a verle a media noche, diciéndole: `Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío que está de viaje ha venido a verme, y no tengo nada que ofrecerle'; y si vuestro vecino responde, `No me molestes, porque la puerta ya está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados; por eso no puedo levantarme para darte el pan', vosotros insistiréis explicándole que vuestro amigo tiene hambre, y que no tenéis ninguna comida que ofrecerle. Os digo que, si vuestro vecino no quiere levantarse para daros el pan por amistad hacia vosotros, se levantará a causa de vuestra importunidad y os dará tantos panes como necesitéis. Así pues, si la perseverancia obtiene incluso los favores del hombre mortal, cuánto más vuestra perseverancia en el espíritu conseguirá para vosotros el pan de la vida de las manos complacientes del Padre que está en los cielos. Os lo digo otra vez: Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca encuentra; y al que llama a la puerta de la salvación se le abrirá.
"¿Qué padre de entre
vosotros, si su hijo le hace una petición imprudente, dudaría en darle según la
sabiduría paternal, en lugar de hacer lo en los términos de la demanda errónea
del hijo? Si el niño necesita pan, ¿le daréis una piedra simplemente porque la
ha pedido tontamente? Si vuestro hijo necesita un pez, ¿le daréis una serpiente
de agua simplemente porque ha aparecido una en la red con el pescado, y el niño
la pide neciamente?
Si vosotros, que sois mortales
y finitos, sabéis cómo responder a las peticiones y dar a vuestros hijos unos
dones buenos y apropiados, ¿Cuánto más vuestro Padre celestial, dará el espíritu
y numerosas bendiciones adicionales a aquellos que se lo pidan? Los hombres deberían orar siempre sin dejarse
desanimar.
"Dejadme que os cuente la
historia de cierto juez que vivía en una ciudad perversa. Este juez no temía a
Dios ni tenía respeto por los hombres. Ahora bien, había en esta ciudad una
viuda necesitada que iba continuamente a la casa de este juez injusto, diciendo:
Protégeme de mi adversario.' Durante algún tiempo no quiso prestarle atención, pero
pronto se dijo para sus adentros: `Aunque no temo a Dios ni tengo consideración
con los hombres, como esta viuda no deja de molestarme, la defenderé para que
deje de cansarme con sus continuas visitas.' Os cuento estas historias para
animaros a perseverar en la oración, y no para daros a entender que vuestras
súplicas modificarán al Padre justo y recto del cielo.
En todo caso, vuestra
insistencia no es para ganar el favor de Dios, sino para cambiar vuestra actitud
terrestre y aumentar la capacidad de vuestra alma para recibir el espíritu.”
Jesús les enseñó que la oración eficaz debe ser:
1. Altruista —no solamente para sí mismo.
2. Creyente —conforme a la fe.
3. Sincera —honrada de corazón.
4. Inteligente —conforme a la luz.
5. Confiada —sometida a la voluntad infinitamente
sabia del Padre.
Cuando Jesús pasaba noches enteras rezando en la montaña, lo hacía principalmente para sus discípulos y en particular para los doce.
El Maestro oraba muy poco para sí mismo, aunque
practicaba mucho la adoración, cuya naturaleza era una comunión comprensiva con
su Padre del Paraíso.
Santiago Zebedeo, luego del discurso de Jesús le dijo que más que para ellos, les enseñara una oración para los nuevos convertidos al reino.
Cuando Santiago terminó de hablar, Jesús dijo: "Si aún continuáis deseando una oración así, os daré a conocer la que enseñé a mis hermanos y hermanas en Nazaret":
Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre. Que venga tu reino; que se haga tu voluntad En la tierra al igual que en el cielo. Danos hoy nuestro pan para mañana; Vivifica nuestra alma con el agua de la vida. Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros también hemos perdonado a nuestros deudores. Sálvanos de la tentación, líbranos del mal, Y haznos cada vez más perfectos como tú mismo.
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